EL. POZO DEL YOCGI 403
á la luz de la luna. Al centro iba un hombre desarmado y cabisbajo, seguido de una muger. Reconocíasele en un vestido blanco y la larga cabellera que descendia flotante de su cabeza desnuda.
—Son ellos! exclamó el comandante—he ahí Lucia; he ahí su padre. Compañeros, diez hombres para guardar á los prisioneros, y el resto conmigo, á escalar esta muralla.
—Quién vive ! gritó de lo alto una voz sonora, que arrancó á Aurelia un grito de alegria.
—Bolivia y su gente, en busca de los incendiarios —respondió el comandante Castro. A esa voz, la muger vestida de blanco intentó arrojarse al precipicio; pero la detuvo el hombre que ¡ba detrás.
—Fuego! gritó la voz que habia dado el quién vive!
—Deteneos en nombre del cielo —exclamó Aurelia —Estoy prisionera con mi madre y ....
—Y la esposa del general Heredia—dijo Juana acabando la frase—Querido Aguilar, no añada V. una onza de plomo á nuestra pesante malaventura.
Cuando Juana decia estas palabras, oyóse un ruido semejante al derrumbe de un peñasco; y entre una nube de polvo, cayó mas bien que apareció, un ginete con espada en mano, montado en un fogoso corcel, vestido con un trage pintoresco, bello,