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PEREGRINACIONES 61

mi corazón . . . . en este corazon que acababa de consagrarte para siempre, Dios mio! Ah!—continuó sor Carmela, elevando al cielo sus magníficos ojos negros—tú sabes que he combatido. Señor! tú sabes que he combatido no solo mi amor sino el suyo: tú sabes que he vencido; poro, tú que me diste la fuerza ¿por qué no me das la paz ? la paz, el único bien que se pide para los que hemos muerto para la vida ! Carmela pasó la noche sentada, inmóvil y la frente apoyada en las manos. Pero al amanecer, sintiendo los pasos de su madre

que venia á buscarla, alzóse presurosa; rechazó dolor al fondo del corazon, dió 4 su semblante un


aire festivo, y salió á recibirla con los brazos abiertos y la sonrisa en los lábios.

Aquella alma heroica quería sufrir sola !

Dos dias despues de nuestra partida de Cobija, al acabar una calorosa jornada, comenzamos á ver elevarse en el horizonte las verdes arboledas de Calama, fresco y refrigerante oasis en aquel árido desierto.

Llegamos al pueblo muy contentos de respirar los frescos aromas de la vegetacion, que tanto necesitaban nuestros pulmones sofocados por la ardiente atmósfera de los arenales.

Pero heahí que en el momento que desmontábamos