UNA VISITA AL MANICOMIO 137
me embarqué en el sahumador, y próximo yá á cerrarse la portería de nuestra nueva morada, me encarné en el atrasado cuerpo del mandadero, que fué lo primero que se me presentó.
Mas lo que puede el amor! allí me aclimaté; y por los bellos ojos de mi princesa me he dado al servicio de aquellas brujas.
Pero ca! si apenas me dejan tiempo para mirarla á la cara. Todo el dia me estiran á comisiones, de la mañana á la noche; del austro al setentrion; y de la aurora al ocaso.
—Como que vas á la portada del Callao, acércate por Cocharcas—suelen decirme aquellas pécoras; y me aturrullan con mensajes al confesor, al síndico, al abogado, al padre capellan
El tédio de vida tal me habria devorado, si no hallara una exelente manera de conjurarlo, pescando los dichos y hechos que, de mañana á la noche ruedan por las veredas de esta escéntrica ciudad.
Compré una canasta en el almacen del té, y allí los echaba en graciosa confusion para llevarlos á mi hermosa, que los recibia con la ávida curiosidad de una monja y la sonrisa de una hada.
Un dia que en mi canasta, llevaba, mezclados con el recado, diálogos de todos los colores, desde el rojo subido hasta el azul de cielo, encontré con un diablo amigo mio.