UNA VISITA AL MANICOMIO 145
niña, presa de una locura silenciosa y triste, era conducida á la secreta morada donde la señora Retamoso, con el maravilloso remedio que ella sola posée, le devolvió la salud.
vI El rlego de lágrimas
Cuando llegamos á su habitacion, Delfina sentada al piano tocaba con gusto esquisito, el último pensamiento de Weber.
La hermana Teresa, como lo habíamos convenido, apartóse de mí y me dejó entrar sola.
—Tú aquí!l—esclamó Delfina, corriendo á mi encuentro—¿qué vientos te traen á este chacaron, donde perezco de fastidio?
—Vengo á robarte—díjela, fingiendo mirar con recelo en torno.
—A robarme! ¡que idea tan bella y novelesca! Pero, dime, por qué me trajeron aquí? La hermana Teresa, dice, que tuve unas horribles tercianas al cérebro; que deliraba y que los médicos ordenaron mi traslación á este valle, tanto con la esperanza de curarme, como por ocultar á mi pobre mamá enferma, el estado en que yo me encontraba.
—Y bien! tus tercianas han desaparecido; te T.n 10