UN VIAJE AL PAIS DEL ORO 167
pulido pié. Su nombre—Estela—iba escrito en sus admirables ojos negros, cuya mirada á la vez casta y voluptuosa, tenia un fulgor, que á mí, niño, me hacia soñar con el cielo; pero que en corazones viriles debia encender pasiones violentas y terribles. Desde la primera vista, una tierna simpatía nos llevó el uno hácia el otro; y en mi corazon comenzó á palpitar un sentimiento ignorado : el amor fraternal; bálsamo suave, que ensanchó mi alma, comprimida al frio contacto del egoismo y la avaricia. Respirando ambosla celeste atmósfera de lainfancia, nos amamos como se amarian dos tórtolas peregrinas; como se amáran dos ángeles perdidos en el espacio. Siempre juntos en nuestros paseos, en nuestras lecturas, en nuestras plegarias, parecíanos imposible poder vivir de otro modo. Nuestras pláticas no tenian fin. Ella me hablaba de su madre muerta; yo de la mia ausente. A los recuerdos severos de mi infancia, devorado por el estudio y el trabajo, mezclaba ella las risueñas memorias de la suya, transcurrida entre alegres juegos cruzando los jardines floridos del Rimac. Ennuestras dos existencias; confundidas así, en el pasado y el presente, aquello que el uno conocia venia á suplir lo que el otro ignoraba. Yo tenia mas que Estela, la ciencia de los libros; ella mas que yo, la ciencia de la vida. Yo le demostraba en que latitud vogábamos, guiando su