UN VIAJE AL PAIS DEL ORO 173
balanceábanse sobre sus anclas coquetamente empavesadas, pero silenciosas y solitarias.
Muy luego, á nuestro mismo bordo tuvimos la solucion de aquel estraño enigma. Una hora despues de nuestra llegada, la tripulacion entera habia desertado, para ir ú engrosar las falanges de aventureros que poblaban ya las cañadas auríferas del Sacramento.
Los judios encontraron reducido su equipaje á los niños chilenos, que, aislados y faltos de medios para fugarse, permanecieron tranquilos; bien es verdad que Samuel, en el temor de que siguieran el ejemplo de los marineros, á vueltas de las mas paternales caricias, no los perdia de vista, y los dejó encerrados en la bodega mientras desembarcamos, para buscar alojamiento.
No poco mos costó atracar en los muelles cercados de embarcaciones cargadas de gente, que pugnaba por saltar á tierra.
Al cabo, y despues de larga espera, logramos poner el pié sobre aquella anhelada ribera.
Encontramos la playa cubierta de bagajes abandonados de sus dueños, por la carencia de medios de trasporte y de sitios de depósito. Baules, cajas, sacos de rico tafilete, “esparcidos por aquí y allí, obstruian el paso, sin que el pillaje hubiese tocado siquiera sus cerraduras oxidadas por la