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forzando sus máquinas para. adelantársele, pasó pegándose tan cerca á sus costados, que uno de sus pasajeros dió un salto y se trasbordó.

Era el hombre color de cobre, que apareció de repente á Estela, como el fatídico enmascarado del drama.

—Hé ahí Falkand el filibustero—dijo al verlo, un viejo marinero.

—Qué! si es Murder ojo de azor—replicó el cazador de panteras.

—Si no fuera un imposible—observó un jóven sonorense, diria que estoy viendo al jefe de las bandas navajoes, al terrible Tobahoa, el de las mil cabelleras. . - . .. que casi, casi, con la mia contó las mil y una.

Y mostró, á los que esto decia, lo alto de su frente rayada por una cicatriz profunda.

Pero el hombre. reconocido en tan diversas personalidades, desapareció como habia venido.

En tanto que nos ocupábamos.en socorrer á Estela, el vapor se detenia en San Pabloy en Venecia, donde se embarcaron nuevos pasajeros.

Al volver de un largo desmayo, Estela fijó en mí una mirada angusticsa, que comprendí desde luego: temia que yo le hubiera dicho todo á su hermano. Estreché su mano para tranquilizarla, y ella me dió gracias por mi silencio. Pero desde entonces tornóse triste y meditabunda, sin que los cuidados de su