YERBAS Y ALFILERES 269
tembló entrelas mias; sus lábios se crisparon y esclamó con voz ronca:
—i¡Lorenza!
—Pronunciado este nombre, apoderóse de ella una tan terrible convulsion, que me ví forzado á despertarla.
Nada tan pasmoso como la transicion del sueño magnético á la vigilia. Los bellos y tristes ojos de la jóven me sonrieron con dulzura.
—Perdonad, doctor, dijo como avergonzada, creo que me he distraido. Desde que el dolor me abruma, estoy sujeta á frecuentes abstracciones. Os decia, hace un momento .....
La interrumpí para anunciarle que sabia cuanto ella venia á confiarme, y le referí el caso de su novio, cual ella acababa de narrarlo.
Llenóse de asombro, y me miró con una admiracion mezclada de terror.
—Oh! esclamó, pues que penetrais en lo desconocido, debeis saber la naturaleza del mal que aqueja al desventurado Santiago y lo lleva al sepulero. Salvadlo, doctor salvadlo! El y yo somos ricos y os daremos nuestro oro y nuestra eterna gratitud.
Y la jóven lloraba.
Logré tranquilizarla y la ofrecí restituir la salud á su novio.
Esta promesa cambió en gozo su dolor; y con el