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274 PANORAMAS DE LA VIDA

Cuando al anochecer regresé á la ciudad y entré en mi casa, encontré escrito veinte veces en la pizarra un llamamiento urgente de casa de Santiago.

Corrí allá y hallé una gran desolación.

Laura de rodillas y abnegada en lágrimas, tenia entre sus manos la mano yerta de Santiago, que inmóvil, desencajado el semblante y cerrados los ojos, parecia un cadáver.

Lorenza en pié, pálida y secos los ojos, fijaba en Santiago una mirada estraña.

—Ah! doctor! vuestro remedio lo ha muerto! esclamó Laura. Dolores espantosos, acompañados de horribles convulsiones, han precedido su agonía; y hélo ahí que está espirando.

Sin responderla, acerquéme al enfermo; examiné su pulso, y encontré en aquel aniquilamiento un sueño natural.

Sentéme á la cabecera de la cama; pedí el jugo de la yerba, y entreabriendo los lábios al enfermo, hícele pasar de hora en hora algunas gotas, durante toda la noche.

Al amanecer, despues de un sueño de doce horas, Santiago abrió los ojos, y, con pasmo de Laura, tendiónos á ella y á mí sus manos que habian adquirido movimiento.

Pocos dias despues dejaba el lecho, y un año mas tarde era el esposo de Laura.