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EL POZO DEL YOcc1 409

Los ojos y los lábios de Lucia enviaron al jóven una dulce y pálida sonrisa.

—En todo eso, hijo mio, repuso el anciano—dí un inmenso gozo á mi corazon; pero tú ignoras que desde que tu madre te puso en mis brazos he hecho á tu dicha, dia á dia, un inmenso sacrificio. ¿Sabes cuál ? Dejarte ignorar que eras rico.

Desde muy temprano reconocí en tí un espíritu soñador que gustaba vivir en las regiones de lo ideal. Dar pábulo á esa propension es abrir la puerta al ocio. Hícete pues un misterio del tesoro que tu madre me confió para tí; eché sobre mis hombros la pesada responsabilidad de tu porvenir y me consagré al cuidado de tus intereses. Todo cuanto me has visto acumular con tan codicioso anhelo, era tuyo, era para tí.

Hé ahí el estado actual de tu fortuna, continuó el anciano, estendiendo sobre la mesa en que se apoyaba Fernando un legajo voluminoso. La inmensa riqueza, la riqueza proverbial del gobernador de Moraya, es tuya, tuya esclusivamente.

—Es de Lucía, padre mio, exclamó Fernando, estrechando en sus brazos al anciano. Yo poseo un tesoro: mi espada que me abrirá, lo espero, un ancho camino en el mundo.

—Y yo que voy á abandonarlo, nada necesito, nada deseo, nada quiero sino es la paz y el olvido