EL POZO DEL yocc1 411 con los dos caudillos, y el dia señalado, obrar de frente, encabezar el movimiento.
—i¡Por Dios, general, ordéneme V. partir ahora mismo.
—Hum ! comandante Castro! comandante Castro! ó mucho me engaño, ó los bellos ojos de aquellas prisioneras le están tocando llamada . . . . En fin, es V. tan feliz que, en efecto, parece que es necesario que parta V. ahora mismo .....
Partir! llegar! buscarla! hallarla! ¿Corazon, podrás resistir esa ola inmensa de felicidad? ....
Volvamos una vez mas á esa blanca ciudad que emboscada en perfumadas frondas se alza al pié del San Bernardo. Veinticuatro años han pasado y siempre es la misma; con sus casas magníficas pero vetustas, rodeada de jardines, sus atrios sombreados de vides cargadas de racimos y sus moriscas azoteas dibujándose en el azul del eter. La noche tiende sobre ella su velo salpicado de estrellas y le dá un aspecto fantástico; pero á la apacible tranquilidad de su recinto han sucedido el fragor de las armas y el sonido marcial de los clarines.
Nuevos refuerzos de tropas enviadas por Rosas al ejército del Norte, habian entrado en Salta aquella tarde; y Heredia, trayendo consigo á Aguilar y á otros dos de los mas valientes jefes, avisado por