de ella, y fué a pedir á la patria de Arístides, esa tierra clásica de los gloriosos recuerdos, consuelo para su pena.
Y á fé que lo encontró en el amor de una griega, bella como Aspasia, que se unió á su destino y le dió horas de una felicidad desconocida hasta entonces para él en su vida borrascosa de marino.
Pero ¡ay! la dicha es fugaz como un celaje de verano; y la del capitan Brunel fué de corta duracion. La hermosa griega murió dando a luz una niña que él acojió como su sola esperanza.
Y le consagró su vida; y se dió para ella á un duro é incesante trabajo, con que en pocos años hizo una fortuna considerable, consistente en una quinta situada en esa isla deliciosa, donde el poeta asentó la morada de Calipso, vastos huertos y jardines, y un coqueto bergantin, mixto entre mercante y guerrero, que surcaba los mares riéndose de los piratas por las troneras de cuatro buenos cañones, y allegando á su dueño sendas cantidades de cequies.
Cuando la caida de los Borbones hubo alejado de Francia á los enemigos del imperio fenecido con su César, Brunel sintió el deseo de volver a la patria.
Arregló sus negocios comerciales, vendió su quinta, y se dió á la vela para Marsella, su pais natal, llenas las bodegas de su barco de valiosas mercaderías.
Pero el capitan Brunel llevaba consigo un objeto