moderado y sostenido durante algunas semanas, o meses si fuese preciso, sería capaz de producir tal resultado retardando la marcha de la evolución. Entonces, con suave lentitud, propicia a las delicadas formaciones, el órgano anunciado cristalizará, por decirlo así, y se convertirá en el chuzo prometido por las apariencias.
Este experimento me animaba. No pude realizarlo por falta de medios para obtener una temperatura fría, constante y de larga duración. ¿Qué hubiera obtenido si mi penuria no me hubiese obligado a renunciar a mi empresa? Un retraso en la marcha de la metamorfosis; pero nada más, al parecer. El cuerno del protórax hubiera persistido en su esterilidad, y tarde o temprano habría desaparecido.
Mi convicción tiene sus razones. La vivienda del Onthophagus en su trabajo de metamorfosis es poco profunda, y allí se dejan sentir fácilmente las variaciones de temperatura. Por otra parte, las estaciones son caprichosas, y especialmente la primavera. Bajo el sol de Provenza, los meses de mayo y junio, si el mistral se pone de su parte, tiene períodos de retroceso termométrico que parecen volver al invierno.
A estas vicisitudes agreguemos la influencia de un clima más septentrional. Los Onthophagus ocupan en latitud ancha zona. Los del Norte, menos favorecidos por el sol que los del Mediodía, si las circunstancias cambiantes se prestan a ello en la época de la transformación, pueden experimentar durante varias semanas un descenso de temperatura que prolongue el trabajo de evolución, y esto debería permitir a la armadura torácica consolidarse en cuerno de cuando en cuando y de manera accidental. Así, pues, la condición de