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DE LOS INSECTOS

yecto de adorno incompletamente realizado, la primera lo sería también, y entonces los dos sexos, afanosos por embellecerse el uno y el otro, trabajarían con el mismo celo por llevar un cuerno en el tórax.

Asistiríamos a la génesis de una especie que no sería realmente un Onthophagus, sino un derivado del grupo; veríamos el principio de rarezas desterradas hasta ahora del dominio de los escarabajos peloteros, de entre los cuales, considerados los dos sexos, a ninguno se le ha ocurrido plantarse un palo en el dorso. Cosa más singular, la hembra, siempre más modesta de aparato en toda la serie entera entomológica, rivalizaría con el macho en la propensión a caprichosos embellecimientos. Tal ambición me deja incrédulo.

Es, pues, de creer que si las posibilidades de lo futuro dan por resultado alguna vez un escarabajo pelotero que lleve un cuerno en el protórax, este revolucionario de los usos presentes no será el Onthophagus, llegado a madurar el apéndice torácico de la ninfa, sino un insecto salido de un modelo nuevo. La potencia creadora rechaza los viejos moldes y los reemplaza por otros, amasados con nuevos materiales, conforme a planes de variedad inagotable. Su oficina no es una avara trapería donde el vivo se pone los despojos del muerto; es un taller de medallas en que cada efigie recibe la impronta de un cuño especial. Su tesoro, de formas de riqueza ilimitada, excluye la tacañería, que remienda lo viejo para hacerlo nuevo. Rompe los viejos moldes usados y lo inutiliza sin retoques mezquinos.

¿Qué significan, pues, esos apéndices corniculares, siempre marchitos antes de empezar a