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VIII
Un escarabajo pelotero de las Pampas.

Correr el mundo, tierras y mares, de uno a otro polo; interrogar a la vida bajo todos los climas en la infinita variedad de sus manifestaciones, es, en verdad, suerte envidiable para el que sabe ver; tal era el magnífico sueño de mis juveniles años, cuando Robinsón hacía mis delicias. Pero a las rosadas ilusiones, tan ricas en viajes, sucedieron pronto las enojosas realidades caseras. La manigua de la India, las selvas vírgenes del Brasil, las altas cumbres de los Andes, amadas por el cóndor, se redujeron, como campo de exploración, a un cuadro de guijarros encerrados en cuatro paredes.

Líbreme el cielo de quejarme. La cosecha de ideas no impone expediciones lejanas. Juan Jacobo herborizaba en el ramo de murajes servido a su canario; Bernardino de Saint-Pierre descubría un mundo en una fresa que nació por casualidad en un rincón de su ventana; Javier de Maistre, empleando una butaca a guisa de berlina, emprendió alrededor de su habitación un viaje de los más célebres.

Esta manera de ver tierras está dentro de mis medios, abstracción hecha de la berlina, demasiado difícil de conducir a través de las zarzas. Re-