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Página:Jean-Henri Fabre - La vida de los insectos.djvu/145

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DE LOS INSECTOS

la fosa, hay que vigilar a distancia los menudos documentos exhumados por la azada. Lo que uno no ve lo advierte otro. Huber, que se volvió ciego, estudiaba las abejas por mediación de un criado clarividente y adicto. Yo tengo más ventajas que el gran naturalista suizo. Mi vista, bastante buena todavía, aunque muy fatigada, está ayudada por las pupilas perspicaces de todos los míos. Si estoy en condiciones de proseguir mis exploraciones, a ellos lo debo; gracias les sean dadas.

Muy temprano llegamos al lugar de observación. Encuentro una madriguera con voluminosa topera, formada de tapones cilíndricos, expulsados, de una sola vez a fuerza de empujones. Bajo el montículo deshecho se abre un pozo de gran profundidad. Un hermoso junco cogido en el camino me sirve de guía, hundiéndolo más y más. Por fin, a metro y medio, próximamente, cesa el junco de descender. Ya hemos llegado, acabamos de alcanzar la cámara del Minotaurus.

La azadilla de bolsillo trabaja con prudencia, y pronto se ven aparecer los dueños del interior: primero el macho, y un poco más abajo, la hembra. Sacada la pareja se muestra una mancha circular y sombría: es la terminación de la columna de vituallas. Mucho cuidado ahora y cavemos con suavidad. Se trata de cercar en el fondo de la cuba el terrón central, aislarlo de las tierras que lo rodean, y después, haciendo palanca con la azadilla, insinuada por debajo, extraer todo el bloque en una pieza. ¡Ya está! Ya somos dueños de la pareja y de su nido. Una mañana de excavaciones extenuadoras nos ha procurado tales riquezas. El sudor de Pablo podría decirnos a precio de qué esfuerzos.