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XII
Un certero matador.

El himenóptero acaba de revelarnos en parte su secreto, mostrándonos el punto alcanzado por su aguijón. ¿Queda resuelto con esto el problema? Todavía falta mucho para ello. Volvamos atrás; olvidemos un instante lo que el animal acaba de enseñarnos y propongámonos de nuevo el problema del Cerceris, que es éste: almacenar bajo tierra, en una celda, cierto número de piezas de caza que puedan ser suficientes para el alimento de la larva procedente del huevo puesto sobre el montón de víveres.

Esta provisión parece al principio cosa muy sencilla; pero la reflexión no tarda en descubrir serias dificultades. Las piezas que nosotros cazamos las matamos por lo regular a tiros, causándoles horribles heridas. El himenóptero tiene delicadezas que nos son desconocidas; quiere una víctima intacta, con todas sus elegancias de forma y de coloración. Nada de miembros rotos ni de heridas abiertas, ni horrorosos despanzurramientos. Su caza tiene toda la frescura del insecto vivo; conserva, sin un grano de menos, este fino polvo coloreado, que el simple contacto de nuestros dedos desflora. Si el insecto estuviese muerto, si fuese realmente un cadáver, ¡qué difícil nos sería obtener semejantes resultados! Matar