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LA VIDA

cráneo duro; andares torpes, sin agilidad; vuelo corto y silencioso. Tal es el aspecto de la hembra, reciamente provista para su ruda tarea. El macho, en su calidad de amante ocioso, tiene cuernos más elegantes, viste con más finura, más gracioso de aspecto, aunque sin perder por entero el carácter de robustez, que es el rasgo dominante de su compañera.

La primera vez que el coleccionista de insectos se encuentra en presencia de la Scolia de los huertos o jardines siente cierta aprensión. ¿Cómo capturar la imponente bestezuela? ¿Cómo preservarse de su aguijón? Si el efecto del dardo es proporcional al tamaño del himenóptero, la picadura de la Scolia debe de ser terrible. El avispón, la única vez que desenvaina, nos produce dolores atroces. ¿Qué sucederá si nos apuñala el coloso? La perspectiva de un tumor tan grande como el puño, y doloroso como si nos pasaran un hierro candente, acude a nuestro espíritu en el momento de echar la red. Y nos abstenemos, retirándonos muy contentos de no haber llamado la atención del peligroso animal.

Sí, confieso haber retrocedido ante las primeras Scolias, a pesar de lo grande que era mi deseo de enriquecer mi naciente colección con este soberbio insecto. A este exceso de prudencia no eran extraños dolorosos recuerdos que me habían dejado la avispa y el avispón. Digo exceso, porque hoy, enseñado por larga práctica, me he repuesto de mis antiguos temores, y si veo una Scolia descansando en una cabezuela de cardo, no tengo escrúpulo en cogerla con las puntas de los dedos sin precaución alguna, por amenazador que sea su aspecto. Mi audacia es solamente aparente y con mucho gusto instruyo de ello al novicio ca-