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DE LOS INSECTOS

tan perfecta la concordancia entre lo que dice y ciertos pormenores de biología, ignorados por nuestra ciencia hasta hoy, que de buena gana me inclinaría hacia esta última opinión. De la vida íntima del escarabajo, Horus Apolo sabe más que nosotros.

Particularmente nos dice esto: «El escarabajo hunde su bola en tierra, donde permanece oculta durante veintiocho días, espacio de tiempo igual al de una revolución lunar y durante el cual se anima la raza del escarabajo. El día veintinueve, que el insecto conoce por ser el de la conjunción de la luna con el sol y del nacimiento del mundo, abre aquella bola y la arroja al agua. De la bola salen animales que son escarabajos.»

Dejemos la revolución lunar, la conjunción de la luna con el sol, el nacimiento del mundo y otras extravagancias astrológicas, pero retengamos esto: los veintiocho días de incubación necesarios a la bola bajo tierra, veintiocho días durante los cuales nace el escarabajo a la vida. Retengamos igualmente la indispensable intervención del agua para que el insecto salga de su cáscara rota. He aquí hechos precisos, del dominio de la verdadera ciencia. ¿Son imaginarios? ¿Son reales? La cuestión merece examen.

La antigüedad ignoraba las maravillas de la metamorfosis. Para ella, una larva era un gusano nacido de la corrupción. La miserable criatura no tenía porvenir que la sacase de su estado abyecto; gusano había nacido y gusano debía morir. No era un disfraz bajo el cual se elaboraba una vida superior; era un ser definitivo, soberanamente despreciable y que volvía pronto a la podredumbre de que era hijo.

Para el autor egipcio era, pues, desconocida la