nado según su longitud, con carita lisa y plana contra el vidrio y convexidad rugosa en lo demás. Si el soporte es horizontal —caso más frecuente—, la habitación es una especie de pastilla oval, plana por debajo, gibosa y formando bóveda por encima. A la incorrección de estas formas, no regidas por idea alguna bien definida, se añade la tosquedad de las superficies, todas ellas, a excepción de las partes en contacto con el vidrio, incrustadas por una corteza de arena.
La marcha del trabajo explica este revestimiento tan poco gracioso. Al acercarse la hora de poner, el Onthophagus perfora un pozo cilíndrico y baja al subsuelo, a media profundidad. Allí, trabajando con la caperuza, el lomo y las patas anteriores, dentadas en rastrillo, rechaza y amontona a su alrededor los materiales removidos, a fin de obtener de cualquier manera un nido de amplitud conveniente. Después hay que cimentar las paredes de la cavidad que amenazan ruina.
El insecto vuelve a subir a la superficie por la vía de su pozo; en el umbral de su puerta coge una brazada del mortero procedente de la galleta bajo la cual escogió el domicilio, vuelve a bajar con su carga y la extiende sobre la pared arenosa y la comprime. De esta manera obtiene una cubierta de hormigón, cuyos guijarros los ha suministrado la pared misma, y el cemento lo extrae del producto de las ovejas. En unos cuantos viajes, y repitiendo las paletadas, queda el silo revocado por todas partes; las paredes, incrustadas enteramente de granos de arena, no están ya expuestas al hundimiento. La cámara está preparada, sólo falta poblarla y amueblarla.
Primeramente dispone en el fondo un vasto es