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DE LESBOS

ba sin duda relacionado el piadoso culto que se rendia en el templo de Antissa: en él veneraban los lebenses un sepulcro que decían guardaba las preciosas reliquias del sublime cantor de Tracia, y á aquél culto religioso atribuían ellos las singulares facultades de que estaban dotados sus famosos músicos y poetas, y los incomparables atractivos de los ruiseñores, que anidaban en sus alegres hermosísimas florestas. En la risueña Lésbos, y en la misma ciudad de Antissa, vió su primera luz el singular Terpandro, el inventor celebrado de la forminge, melodiosa lira de siete cuerdas, el fundador del sistema musical de los griegos, el padre de aquella dulce y patética poesía lírica, que por muchos años debió resonar en torno del venerado monumento, que guardaba los restos del divino Orfeo. El fuego sacro de la poesía se conservó cuidadosamente por espacio de un siglo en la escuela musical del memorable maestro, hasta que en el siglo VII, antes de nuestra Era, comenzó å brillar con todo su radiante esplendor el génio de los hijos de Lésbos: edad dorada de la poesía y del arte eólico, en la que conquistaron también imperecedera gloria las bellísimas hijas de la Grecia antigua.