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DE LESBOS

feliz si goza tu palabra suave,
suave tu risa.
A mí en el pecho el corazón se oprime
solo en mirarte; ni la voz acierta
de mi garganta á prorrumpir; y rota
calla la lengua.
Fuego sutil dentro mi cuerpo todo
presto discurre: los inciertos ojos
vagan sin rumbo: los oídos hacen
ronco zumbido.
Cúbrome toda de sudor helado:
pálida quedo cual marchita hierba;
y ya sin fuerzas, sin aliento, inerte,
muerta parezco.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

El fuego abrasador que derrama la musa de Lésbos sobre las flores de su poesía (ha dicho un escritor ilustre) sirve como en el amianto: para hacerlas más puras y brillantes. ¿Cómo extrañarnos de la general admiración de los antiguos hacia este ingenio divino y de que los modernos hayan participado del mismo entusiasmo, á pesar de haber llegado á nosotros las bellísimas concepciones de la poetisa en tristes aunque magníficas ruinas? El fecundo autor de las Metamorfosis le consagró una de sus bellas Heróidas; el tierno Catulo y el inspirado Cisne de Venusa se afanaron por