yeron en rápida carrera, agitando con vigor las riendas de sus corceles.—A la cabeza de ellos Polynice,—excitado por ambiguas querellas,—semejante al águila que desciende á la tierra lanzando gritos agudísimos, vino volando á arrasar nuestras campiñas, cubierto con su escudo, cual ala de blanca nieve, agitándose en torno de él millares de armas, y cascos de flotantes cimeras.
Después de haber amenazado nuestros hogares, y de haber corrido jadeantes en derredor de las siete puertas, con sus lanzas ávidas de exterminio,—huyeron antes de abrevarse en nuestra sangre, y de que el fuego abrasador invadiera las alturas de nuestras fortalezas; de tal manera la voz rugiente de Marte resonó en torno de ellos, causando el espanto del dragón enemigo.—Júpiter que abomina el orgullo y la jactancia, viendo á los argivos precipitarse á modo de impetuoso torrente, ensoberbecidos con las doradas armas, que movian con estruendo, fulminó su rayo y aniquiló al guerrero que ya se preparaba á dar el grito de ¡victoria! desde lo alto de nuestras murallas.