¡Oh Príncipe! al hombre no le es dado jurar nada: pues con frecuencia nos convence de nuestro error una reflexión posterior. Yo juraba que jamás volvería á comparecer ante tí: de tal modo me habían aterrado tus amenazas; y sin embargo, por una inesperada felicidad (á ninguna dicha del mundo comparable) vuelvo ante tu presencia (á pesar de mis juramentos) trayéndote á esta joven á quien he sorprendido preparando la tumba para el cadáver. Esta vez no ha sido preciso echar suertes: el descubrimiento ha sido mío, únicamente mío. Ahora tú la cogerás y la examinarás y convencerás según te parezca. En cuanto á mí, me creo ya con derecho á ser declarado libre y absuelto.
¿Cómo y en qué lugar has encontrado á esta joven que me traes presa?
Se hallaba ella enterrando al muerto: ya lo sabes todo.