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DE SÓFOCLES

mendo, clamando con unos gritos salvajes y do mal agüero, y conocía que se estaban desgarrando las unas á las otras, por el vehemente batir de sus alas.

Temblando de espanto acudí á hacer un sacrificio en el fuego de los altares; pero la llama brillante no salia de las víctimas; sino que la grosura de las piernas se derretía, y se absorbía en las cenizas, levantando luego una espesa, rugiente humareda, y quedando los huesos de los miembros dispersos y separados de la grasa que los envolvía. Tales' son los pormenores de que me daba cuenta este niño —¡y que son presagios funestos de un sacrificio inútil!...—Porque este niño es quien á mí me guía como yo dirijo á los demás.

Y estos males han sobrevenido á la ciudad por tu causa; porque nuestras aras y nuestros hogares están repletos de. los despojos de las aves y de los perros que se han nutrido con el cadáver del mísero hijo de Edipo. Los dioses, pues, no aceptan ni nuestras preces, ni nuestros sacrificios, ni la llama de nuestras víctimas: ni ave alguna exhala grito de buen agüero, pues se han abrevado en la sangre de aquel cadáver.

Medita en esto, hijo mío. El error es común