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III — Los Atlantes

— Cerca del África adormecíame anoche con mis héroes, cuando vi descender del firmamento un Genio colosal; su sombra cubría el Atlas, y con un rayo, que vibraba del Simoún en alas, á todos malhería.


Ya comenzaba á petrificarme, cuando volviéndose dijo: «En ese trigo bastardo no es cosa de mellar la hoz.» Desperté: el pavoroso fantasma desaparecido había; mas de mis bravos quedaba tan sólo un montón de huesos.


Aun retumba su voz por el templo, cuando asordante traquea por las alturas el carro de los truenos; con insólito retemblor natura le responde, y angélico lloro resuena en el matemo claustro.


De súbito, un terremoto, que se auna á la tempestad, encharca el ídolo en borbollones de sangre y agua cenagosa, al par que ¡oh asombroso prodigio! un rayo cercena su cabeza, volteándola por el fango, ennegrecida y rota.


Á su rojizo lampo ¿qué divisan, pues se encogen? Ven pasar á la deshilada tétricos fantasmas entre sombras de sus mayores, que con asco les escupen en la frente, marcada ya con estigma infernal.