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XI
Prologo

terreno de sobra para que prevaleciera un roble en el espacio en que planté este retoño, que, aunque tierno y mal arraigado, me cuesta más que si con sangre de mis venas regado lo hubiese.

Era en los primeros vuelos de mi juventud, y más perdonable por tanto, cuando, poco satisfecho de mis canciones y coplas, osé dar comienzo á esta obra, viviendo arrinconado en una masía del llano de Vich, sin haber visto más tierra que la que se divisa desde los picos de la serranía que la rodea, y conociendo el mar sólo en pintura; mas ello y mi corto juicio pusieron la pluma en mis manos; de otra suerte nunca me hubiera atrevido á tanto. Mi alejamiento de los grandes centros, mi falta de experiencia literaria y, más que todo, el espectáculo siempre nuevo de la naturaleza, que es, en sus cosas más pequeñas, trasunto de las más grandes, hicieron que emprendiera el vuelo á la buena de Dios, sin parar mientes en el escaso vigor de mis alas. Las antiguas crónicas de Cataluña y de España, cuyas primeras páginas, sobre todo, deleitábame en cartear, llenaron mi fantasía de aquellos hechos que, por su lejanía, y por estar envueltos en la bruma de los tiempos primitivos, echa en olvido la historia, perdiéndolos hasta de la cuenta, cuando, en una obra ascética de Nieremberg, leí por primera, entre los terribles castigos con que Dios ha flagelado la humanidad, el hundimientos de la que tantos sabios geólogos y naturalistas consideran yacente en el fondo de la cuenca del Atlántico.

De sus naranjos á la sombra ¡cuán hechiceras me parecieron las Hespérides, amor de la antigua Grecia, por las que, con dulzura tanta, suspiró la lira de sus poetas!