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IV — GIBRALTAR ABIERTO

En volcánico relampagueo iras lanzan sus ojos, torbellinos, pavura y confusión le envuelven; con corona de centellas circúndale el fuego del cielo, y le presta sonora música el rimbombe del trueno.


Vibra con sañuda mano la flamígera espada que ha de quebrar el quicial del munco en el dia postrimero, y, esparrancado sobre su gigante victima, aqui un pie y otro allí, le descarga en la frente.


Vertiendo las divinales iras en que adquirió temple, desciende cual columna de pirenaico incendio, que, como ciñó la Europa, ciñe ahora la Atlántida, cual si dijera: «Presenta tu cerviz, abísmate, que voy sobre ti.»


Clangor de la trompeta que á los agonizantes mundos llamará al espantable juicio del Eterno, bronco retumba su acento por los cielos, que se inflaman, cual de cien rodantes carros retronador traqueteo.


—Atlantes, fenecer debéis: hasta la tierra que os sostiene ha de sumirse hecha astillas cual podrido bajel: hágase allá ó húndase la humanidad soberbia; apártense montes y reinos, que el mar cambia de lecho.