Ya á sus entrañas dirijo mi pluma para escribir en ellas la sentencia del pueblo que se tuvo por sempiterno: cesad, Atlantes, de batiros; Hespérides, de solazaros; á la gloria, ángeles de pureza; hijos de Neptuno, al infierno.
Tu clava, Alcides, será su azada enterradora; por eso yo, sepulturero de mundos y de pueblos, aquí te conduzco; y, á fin de no desgarrar tu corazón, borré de él, para reproducirla ahora, la imagen de tu amada.
Tú del África arrancaste la Europa; yo arrancaré á ambas de los brazos de la Atlántida y echaré esta carcoma, y á sus desnudos hijos, por forraje de los potros del Dios á quien adora.
Mas ¿no percibes? Para sepultarla ya se entreabre la tierra; ¡oh! mírala rodar despeñada desde la cúspida; de grado ó mal su grado, ha de apurar vuelta de arriba abajo, las amargas escurrimbres de la ira divina.
No estamos solos en la grande era á trillar este trigo; mira el Simoún ensanchado allí sus alas; el torbellino del Equinoccio asoma en lontananza á combatir, y el mar se sobrecoge de verse encima de otro mar.