Con ayes de agonía, despidiéndose para siempre, saltan dos arroyuelos de sus ojos, ya lejos al mirarlos, y suelto el cabello, cual tomada de la locura, dirige á quien se le acerca sollozantes palabras.
Los lobos de mar y los de tierra, que acuden á atarazarla, se amansan escuchando tan dulces lamentos; hasta parece que las olas se paran á oirla, yendo, cual blancos corderos, á lamer sus plantas.
Seas Dios ó mortal,—le dice,—tú, que viniste á verme rodar con los míos al abismo, si, hijo de humana madre, naciste de sus dolores, duélete de mí, que en lágrimas de sangre baño tus pies.
Madre fuí; no dejé que el cielo viese á mis hijas, pues las hubiera querido para flores de su jardín; muriendo están, y no me es dado aspirar su último alieno; mueren, pero lejos de los brazos y del seno en que las mecí.
Doce hijos tengo de fornida espalda y titánico pecho, que en guerra contra Dios destruyen la obra de sus manos; bajo las moles que al cielo lanzan, caerán aplastadas sus satánicas cabezas, y mañana ya no amaneceré madre.