Coge cebo, de la hierba súbese a una retama, de la retama a un álamo, nido de oropéndola, y, de rama en rama, va festiva y triscadora a los cortinajes de hiedra que me formaban tendal.
Espiándola, la siguen mis bulliciosos hijos, y combando con suave mano sauces y aneales, en donde ver imaginaron tiernos, asustadizos pájaros viéronme a mi, abstraida, refrigerarme en la espuma.
Contiénenlos de la pureza los postrimeros esfuerzos, más vuelven a mi rostro, en mala hora hermoso, los ojos; y, al cielo volando el bendito genio de la inocencia, vela los suyos llorosos con sus finísimos bucles.
Crecieron; y yo, al verlos, de victoria en victoria, al fragor de la guerra y de las armas encaminarse al Oriente, pensé que el aura de la gloria arrastraría con su hálito los turbios recuerdos que han de acabarme.
Más Atlas muere: e indómitos los hijos que llevé en las entrañas rodeáronme ¡ay! inflamados en maldito fuego; y hoy mismo han querido ¡que mucho que se abra la tierra! oferta han querido hacerme de su vitando amor.