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VI—HESPERIS

Mas ya cubre el agua el valle y el llano,
amaga las tierras, ¡huyamos los dos!
La tierra dejamos de aliento malsano,
 bellísima Hesperis
antes que la rompa como un vaso Dios.


 Y, en hombros tomándola, lánzase al embate del creciente mar, de pies y manos valiéndose cual de alas y remos; en tanto que ella, con acento amargado por la pena y la añoranza, así recuerda a las selvas sus más plácidos tiempos:


—Adiós, alados salterios, pájaros despertadores míos; no volverá a meceros de la alborada el blando céfiro; setos, que para darme sombra tupida os enramasteis, puentes y arcadas de follaje, ¡adiós para siempre!


¡Y mis corderos! Mi voz aún distinguen, y acuden, ¡cuán hermosos a los ojos, cuán suaves al tacto! Con tristes balidos, de hito en hito mirándome, se tienden como decir queriendo: «Mátanos si salvarnos no te es dado.»