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VI—HESPERIS

Su clamoreo, pisadas, losas y vigas que zumban, aguijonean á Alcides, al huir por el fangoso erial; cuando barbechos, selvas y montes faltan á sus pies, cual tajamar, hiende animoso las olas.


Á la tempestad de peñascos, terrones y troncos, y á la que de rebote enloda el diluviante cielo, únese, sobre su rubia cabeza, la de las nubes, rugiente, avasalladora y estallando en ráfagas.


Apágase el pino que fulgura en manos del héroe, única estrella que brilló en la frente de tan horrorosa noche; y todo se oculta en la palpable lobreguez del Egipto, cual si quien los encendió apagase los celestes luminares.


Leones, caimanes y boas tropiezan con osos blancos, á la vez que las níveas montañas de los unos con las verdeantes de los otros; grandes olas galopan con ellas sobre la haz de los mares, y parece que de retemblor y de espasmo se desquician los mundos.


Las apiñadas nieblas deshácense en agua y en granizo; sus flamígeras crines sacude el desbocado torbellino; y, con su bramido, responden las ballenas á los bramidos del mar, surcando su inmensidad á manera de flotantes islas.