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VIII—EL HUNDIMIENTO

Y con el flamígero azote de su rojiza espada los impele y hostiga; cada chispa es un rayo, y el reino que se sume, y la aldea que se abrasa, dan un bramido á una con mares, nubes, cielos y tierras.


Tan sólo Alcides no abate el vuelo de su corazón; nadando, írguese por cima de las olas con supremo esfuerzo, y vislumbra unos ciclópeos muros que le atraen, como canto de sirena que á su lecho de flores le invitase.


Era tu frente, Gades gentil hija del mar, gaviota que anidaste du un lirio en el cáliz, palacio de nácar y marfil, coronado por el sol de mayo; el héroe imagina al verte que un cielo de amores le sonríe.


Mientras ellos rezagándose tragan el agua amarga, rema con ímpetu, la faz al fuerte muro; y, con firme brazo, agárrase á una palmera que Gerión le alarga por entre las almenas de vetusto torreón.


Para ante todo acorrer á Hesperis, tómala del atlético dorso de Hércules no bien le ve asido; y haciéndose atrás, fogoso por abrazarla, al ofrecerse tan bella ante sus ojos, suelta la entena, que con el héroe rueda á los profundos.