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VIII—EL HUNDIMIENTO

Dijo: y, por no ver cuadro tan fatídico, vuelve el rostro; y á tanton sacudimiento y perturbación cayendo su mente en vago y fantaseador delirio, desvanecida y aletargada da de hinojos en tierra.


—¡Ay! como lluvia veo caer del cielo mis retoños, dándoles el infierno entrada por su lóbrego cráter, á donde los impele el rayo del eternal anatema: no de otro modo la áspera muela recibe el trigo de la tolva.


¿Y vosotras, hijas mías? imperios y cetros os prometí, mas ¡ay! os doy tan sólo siete palmos de mar... ¡El monstruo de las tres cabezas! ¡huyamos!... Tu dulce Hesperis soy, que llamo á tu fosa. Atlas mío ¿te niegas á abrirme?—


Roncos mortuorios himnos murmura el lejano oleaje en discordancia con marejadas, ráfagas y truenos; y de un tallo de naranjo pendiente su áurea lira, como ella exhala su añoranza en ayes de agonía.


Mas no blande, no, para ella la muerte su guadaña; antes desviando sus ojos del tremendo espectáculo, ciérrale los párpados con el pico de sus alas, para que no vea el horripilante exterminio de sus hijos.