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VIII—EL HUNDIMIENTO

Arrójale, y, reasiéndole por los pies, el corpulento cadáver, maza infernal, verguea á sus vasallos; como el fuego del cielo, por donde quiera que pasa, de fieras, de hombres y de árboles, vestigios deja tan sólo.


En vano lluvias de dardos le lanzan las Amazonas, caparazones de tortuga marina tomando por escudo; en vano se valen las Gorgonas de sus dientes y brazos por armas, y de sus sojos, que en piedra convierten al vencido.


Azoradas zambulléronse todas en el mar, como grullas que un mal invierno arrebató de tierra; y, atolon dradas y alirotas á los golpes, Arpías y Estinfálidas huyeron á los infiernos.