Página:La Atlantida (1886).djvu/245

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
245
IX—LA TORRE DE LOS TITANES

Si alguna de sus esposas, que con su hijo va de ellos detrás,—¿qué hacéis?—horrorizada les pregunta; garfean su esponjoso cabello, verde de coraje, y, al cielo lanzándola,—Vuela con él,—le dicen,—si de Dios eres.—


Allí volearon barracas, embarcaciones y fragmentos de torre, que montañas son si en tierra caen, é islotes si en el mar; abrigaderos en que las focas un tiempo se revolcaron, y picos de que colgaban sus nidos los aguiluchos.


Serranías linderos del reino, arrecifes y promontorios, cruzaron por los aires, dejan en soledad la tierra; en su vuelo chocan zócalos con cimborrios, y el agua desciende a las cúspides de los volcados peñones.


Y topándose en los altos cielos las cumbres de las montañas con sus raíces, y estas con los astros, caen de nuevo en lluvia de crepitantes moles, y parece que, desquiciado el universo, se reduzca a escombros.


En tanto torbellino, en alas de las Furias, juega con los témpanos de tierra que el mar veces cien aprenso, y todos aúllan cual lobos, en lo más espeso del bosque, al no dar con el corderillo cuyo rastro percibieron.