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IX—LA TORRE DE LOS TITANES

En tanto el Empíreo aduna sus himmos de victoria, meciendo en sus armoniosas alas el arrobado mundo. ¿Quién llega hasta Tí? La Atlántida ¡oh gran Dios! trepa á la gloria por escalonados montes; truenas y desparece.


Trozo de cielo, al crearla, la hiciste llover en la tierra para que en ella se bendijese tu excelsa voluntad; á guerrear contra Tí la movieron sus ingratos hijos, y con ellos y sus armas la arrojaste al abismo.


Mas, para que renacer pudieran los jardines hesperios, anhelo del amor, dejaste simiente; borra la ola á la ola, sucédense las generaciones; sólo, luminar de distinta esfera, jamás se extingue tu lumbre.


Sirena que surgiendo gallarda de las olas, súbese á un promontorio á entonar sus amores; y á su canto, que adulzora el ambiente, viene amansada la mar á besar sus plantas con salados labios.


España, llamada por el angélico coro, despierta, y siente que un ignoto piélago abraza su cuerpo.—¿Quién relevará en tu cielo el caído astro?—le pregunta; y, estrechándola en sus brazos, responde gozoso:—Tú.—