En tanto el Empíreo aduna sus himmos de victoria, meciendo en sus armoniosas alas el arrobado mundo. ¿Quién llega hasta Tí? La Atlántida ¡oh gran Dios! trepa á la gloria por escalonados montes; truenas y desparece.
Trozo de cielo, al crearla, la hiciste llover en la tierra para que en ella se bendijese tu excelsa voluntad; á guerrear contra Tí la movieron sus ingratos hijos, y con ellos y sus armas la arrojaste al abismo.
Mas, para que renacer pudieran los jardines hesperios, anhelo del amor, dejaste simiente; borra la ola á la ola, sucédense las generaciones; sólo, luminar de distinta esfera, jamás se extingue tu lumbre.
Sirena que surgiendo gallarda de las olas, súbese á un promontorio á entonar sus amores; y á su canto, que adulzora el ambiente, viene amansada la mar á besar sus plantas con salados labios.
España, llamada por el angélico coro, despierta, y siente que un ignoto piélago abraza su cuerpo.—¿Quién relevará en tu cielo el caído astro?—le pregunta; y, estrechándola en sus brazos, responde gozoso:—Tú.—