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IX—LA TORRE DE LOS TITANES

Ya en el mundo, de los que lo trastornaron ni huella queda; el dedo del Eterno borró su muchedumbre; y de sus batallas el trueno, y de sus tempestades el rayo, pasaron, com aguas de exhausto río.


Los siglos perdido hubiera hasta la memoría de su fosa, si no fuera par el ignívomo Teyde, que aun habla al mar acerca de aquella noche en que aunados hicieron tan horrible estrago; y éste atiende y rebrama cual si ansiase reproducirlo.


¡Oh! ¿no percibiste rodar por las nubes su áspero canto, cual el trueno por entre rajados derrumbaderos y peñascales, cuando, con ardorosos pulmones, ese Genio de Atlántico narra á los nacientes mundos la destrucción de aquél?


Cae sobre su dorso inmensa caballera de lava; de una bocanada inunda de llamas, de bote en bote, el firmamento; mécense con él las islas á manera de naves, y detrás de su rojo penacho, escóndense aterrorizadas la vívidas estrellas.


Cuentan que, entonces, al despedir sus ígneas rocas como sus bellotas el roble, hechos tizones infernales, suben y bajan, dando tumbos, Titanes entre ellas, y que, no bien los muestra, cual hirviente caldera, nuevamente los engulle.