maba por entre los riscos de la Bética, para ver el mundo, la estrella matutina.
Rumor de pisadas percibe en el arenal, y ¡oh santa Providencia! abiertos los brazos, se le aparece el venerable anciano. — Ven, le dice; al primer rayo del alba, conducirte quiero á la que te acorre, por quien la primavera reflorece.—
Una vereda, que los helechos borran, guíalos á un bosque de olivos y encinas, gentil tocado de la placentera montaña; en donde, entre el floreciente ramaje, divisa, tras cortinas de hiedra y rosas, el camarín de la Virgen.
Entra el náufrago en el místico santuario, y, siendo su reclinatorio un áspero tronco, cae de hinojos á los pies de la Imagen, en tanto que por sus tiernas mejillas, curtidas por los besos del Maestral y de las olas, gozosas lágrimas corren á raudales.