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Página:La Atlantida (1886).djvu/37

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Introduccion

En un cóncavo, frontera á la capilla, descúbrese una celda, celda de abeja, entre los musgosos brazos de un peñasco; allí le ofrece sustancioso fruto, sobre afelpada juncia humedecida aún del temporal por la batiente lluvia.


Junto á la mar, el promontorio parecía el mirador de los cielos sobre la tierra, y un día en que vagaba por su cumbre, viendo el anciano al marinero pensativo, le invita á sentarse bajo empinado roble, á donde no alcanza la salobre llovizna.


Allí, abriendo el inmenso libro de sus recuerdos, desovilla el hilo de oro de aquesta historia, puro sartal de perlas de occidente; y el joven, para quien era Europa angosta en demasía, tiende más y más las alas de su espíritu, cual águila marina al hender los espacios.


La tierra, envuelta en rayos zenitales, escucha como una anciana los sucesos de su infancia, y el mar, que dormitaba, alza la frente; todo acuerda su música con