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I — El incendio de los Pirineos

Avanzando, ruge, relincha y ulula, con su hálito quemando, cual telarañas, las nubes hibernales; de cerro en cerro, de un bote salva los valles, en los que vierte, á manera de cráter, las llamas del infierno.


Arrollando arboledas, desgájanse los peñascos de las cumbres, los fresnos y las destrizadas hayas crujen por la vertiente, y en las alturas enróscanse el humo y las llamas con la tolvanera de los derruídos carcomientos albergues.


Al ver que sus lágrimas no pueden apagarlo, volviéndose se desgreñan y escapan los pastores; balando los corderos les siguen, y, sin tocarlos, osos y aulladores lobos huyen con ellos.


Tal huía el moro cuando, con un río de hierro, aquellos peñones nos trasmitían el grito del esforzado Roldán; junto con la amenaza de sangre y exterminio su mazo cayó donde aun Esterri lo atalaya tembloroso.


Ni le valen al águila sus potentes alas de oro; cercana al cielo, á donde se remonta como á colgar su nido, rojas llamas la abaten, y con las cornejas y cisnes acuáticos la tuesta el incendio voraz.