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I — El incendio de los Pirineos

Y desalmenando de picos y resaltos aquella comarca, descrestando montes y descabezando cerros, un mausoleo erigióle de sierras sobre sierras, que sobrepuestas, sin orden, hacen gemir el orbe.


Desde tal hazaña de Hércules, pudo mi dulce Cataluña asentarse al abrigo de otro castillo de rocas; más distante durmió España de Francia su vecina, que alargóse hasta el mar el brumoso Pirine.


En trabajo tan ciclópeo, desazónale la sed; y, para abrevarse con sangre de su enemigo Gerión, por las vertientes, que amarillean con el oro de distinta cosecha, desciende, hecho un tigre, de Creus á Montjuich.


Allí, postrándose humilde ante el altar de Júpiter, oró, y, volviendo los ojos á las olas, ve venir meciéndose cortadora barca, cual cisne de blancas alas nadando entre escollos.


Una ciudad fundar promete á su regreso, que difunda por el orbe de aquella barca el nombre, y, que cual cedro al verla crecida y gallarda, —Es de Alcides la gigante hija,— exclamen todos.