Guadiana, Duero y Tajo, al arrastrar la plata y el oro que en copiosos raudales fluye de las planicies ibéricas, ruedan culebreando por lechos de pedrería, y doran y emperlan dehesas y aguazales.
Júntanse en su curso con líbicas corrientes; con el Río de Oro enrolla el Genil sus aguas; que si éste conduce murmurios y melodías de la Bética, transpórtalos aquél de Costa de Palmas y Marfil.
De pórfidos y mármoles vestida, cual hecha de copos de nieve, entre ambos ríos, espejándose en ellos, medio recostada en el Atlas, y de sus bosques á la sombra, asiéntase arrellanada la Babilonia de Occidente.
En lontananza, por entre gigantescos helechos, blanquea la anchurosa frente de sus torres y menhires, pirámides alpinas de mármoles sobre mármoles, que pretenden ocupar con sus cumbres las concavidades de los cielos.
Nunca el mar ha abarcado los ámbitos de sus inmensos reinos, que duermen todos á la sombra de su escudo giganteo; y Tangis, Casitérides, Albión, Tule y Mellaria, por sendos ríos, le envían barcadas de oro batido.