Júntanse en el templo de Neptuno. Arenga del caudillo. Sus malos augurios. Pregunta á los que vienen de remotos países qué nuevas traen á la asamblea. Uno, que llega de las comarcas de Poniente, responde que un brazo de mar las ha medio anegado. Otro, recién venido de Tule, deduce fatal pronóstico de las auroras boreales. Entra súbito un Titán, que llega por la vía del Sur, y, tembloroso aún, refiere haberse escapado de una espada de fuego que abrasó á sus compañeros.
Perciben á la sazón que un terremoto conmueve el templo, á la par que un rayo decapita la estatua triunfal de Neptuno. Oyen el clamor de las
Hespérides, y, convirtiendo en armas los árboles y las columnas del atrio, embisten á Hércules. Gran combate.
De rocas sobre rocas son los gigantescos muros del templo donde los Atlantes circundan á Neptuno, altivos cual los robles y las braceantes encinas que al risco parecen decir: — Somos tan roqueños como tú.—