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LA CAMPAÑA

el reducto de Isabel II, y Otro se apostaba de sol á sol, en el sitio donde despues se construyó el reducto Francisco de Asis, retirándose por la noche ¿su campamento. ¡Y era tris- te, en efecto, el servicio de trinchera! Pasar una larga no- che que parece eterna, enilo alto de unimonte, inundados por la Huvia, metidos en el fango hasta las rodillas, sufricado un frio glacial, y en la tension moral que produce la espec- tacion del peligro; escudriñando con penetrante vista las tivichlas para vislumbrar entre ellas al enemigo, que se sabe nos está acechando desde el vecino bosque; sentir cuán lentas transcurren las horas en medio de la oscuridad, el frio y el silencio solo interrumpido por el disparo que algu- no de los escuchas hace al ver atravesar por entre los jara- les un llanco fantasma: ¡oh, cuán gratos son, despues de una noche de esas, los primeros arrcboles de la aurora, y cuán dulce resuena entonces en los oidos el poético toque de diana, cuyos acordes saludan con los ruiseñores y los gil- gueros la aparicion radiante del astro del dia!

Pero tambien alguna vez ví á esa hóra bajar de la trin- chera, haldados y con las estremidades paralizadas, á los que, rendidos de cansancio, se habian entregado al sucño en los húmedos y frios fosos del reducto Isabel.

Tal era entonces la situacion higiénica del primer cuer- po de ejército, y tal su estado sanitario en aquellos dias; estado bastante favorable, pues el ejércitose veía libre de la epidemia que le habia afligido mientras estuvo de obser- vacion en Algeciras, y de la que felizmente no había apare- cido caso alguno desde su salida de España; pudiéndose creer que ya notendríamos que lamentar pérdidas tan sensi- bles, como las del Brigadier Barcaiztegui y del Coronel La- torre; pero ¡ay! qué de muy distinto modo lo habia dispuesto