un viejo pescador me contó la historia.
—Este falucho—dijo acariciándole con una palmada el vientre seco y arenoso— es El Socarrao, el barco más valiente y más conocido de cuantos se hacen al mar desde Alicante á Cartagena. ¡Virgen Santísima! ¡El dinero que lleva ganado este condenao! ¡Los duros que han salido de ahí dentro! Lo menos lleva hechos veinte viajes desde Orán á estas costas, y siempre con la panza bien repleta de fardos.
El bizarro y extraño nombre de Socarrao me admiraba algo, y de ello se apercibió el pescador.
—Son motes, caballero; apodos que aquí tenemos, lo mismo los hombres que las barcas. Es inútil que el cura gaste sus latines con nosotros; aquí quien bautiza de veras es la gente. Á mí me llaman Felipe; pero si algún día me busca usted, pregunte por Castelar, pues así me conocen, porque me gusta hablar con las personas y en la taberna soy el único que puede leer el periódico á los compañeros. Ese muchacho que pasa con el cesto de pescado es Chispas, á su patrón le llaman El Cano, y así estamos