Al dar la vuelta a la llave oyó que le llamaban:
— Menut! ¡Menut!
Era Tono que salía de detrás de una esquina. Mejor: le esperaba. Y junto con un temblorcillo instintivo, experimentó cierta satisfacción. Le dolía que le perdonase el golpe, como si fuera él un irresponsable.
Al ver la actitud agresiva de Tono, púsose en guardia como un gallito encrespado; pero los dos se contuvieron, notando que llamaban la atención de algunos albañiles que, con el saquito al hombro, pasaban camino del andamio.
Se hablaron en voz baja, con frialdad, como dos buenos amigos, pero cortando las palabras, como si las mordieran. Tono venía a arreglar rápidamente el asunto: todo se reducía a decirse dos palabritas en sitio retirado. Y como hombre generoso, incapaz de ocultar la extensión de la entrevista, preguntó al muchacho:
— ¿Portes ferramenta?
¿El herramienta? No era de los guapos que van a todas horas con la navaja sobre los riñones. Pero tenía arriba un cuchillo