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Página:La Condenada (cuentos).djvu/40

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V. BLASCO IBÁÑEZ

el viaje tan ricamente en tren. Ver á sus hijos le daba fuerzas para trabajar más toda la semana. Tenía tres: el pequeño era así, no levantaba dos palmos del suelo, y sin embargo, le reconocía, y al verle entrar tendíale los brazos al cuello.

—Pero tú—le dije—, ¿no piensas que en cualquiera de estos viajes tus hijos van á quedarse sin padre?

Él sonreía con confianza. Entendía muy bien aquel negocio. No le asustaba el tren cuando llegaba como caballo desbocado, bufando y echando chispas. Era ágil y sereno; un salto, y arriba; y en cuanto á bajar,. podría darse algún coscorrón contra los desmontes, pero lo importante era no caer bajo las ruedas.

No le asustaba el tren, sino los que iban dentro. Buscaba los coches de primera, porque en ellos encontraba departamentos vacíos. ¡Qué de aventuras! Una vez abrió sin saberlo el reservado de señoras; dos monjas que iban dentro gritaron: «¡Ladrones!», y él, asustado, se arrojó del tren y tuvo que hacer á pie el resto del camino.

Dos veces había estado próximo, como