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Página:La Condenada (cuentos).djvu/88

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y ahora se erguía intentando en vano hacerse oír. ¡A la cárcel! ¡A la cárcel!

Pisando gente entró la pareja, y el viejo pasó a empujones de banco en banco, abofeteando a todos con su capa caída y contestando con desesperados manoteos a los insultos y amenazas, mientras que el público rompía a aplaudir estrepitosamente, para animar a Franchetti, que había interrumpido su canto.

En el pasillo detuviéronse el viejo y los guardias, respirando ansiosamente, magullados por el gentío. Algunos espectadores les siguieron.

—¡Parece imposible!—dijo uno de los guardias—. Una persona de edad y que parece decente...

—¿Y usted qué sabe?—gritó el viejo con expresión agresiva—. Mis razones tengo para hacer lo que he hecho. ¿Sabe usted quién soy yo? Pues soy el padre de Conchita, de esa que se llama en el cartel la Franchetti, de la que aplauden con tanto entusiasmo los imbéciles. ¡Qué tal!... ¿Les parece raro que silbe?... También yo he leído los periódicos; ¡qué modo de mentir! «La hija aman-